Rock me, baby
Allá lejos, cuando todavía el magma del rock bullía, las palabras “I can´t get no satisfaction” parecían ser una intervención de la llamada “contra cultura del rock”. Algo que criticaba el conformismo del estado de bienestar patente en esos avisos sonrientes de la Coca-Cola de los años 50. Entonces el rock venía a golpear las puertas del cielo. El rock, su electricidad, venía a rockear.
Se hablaba de “Flower power” de “cultura del ácido” de “movimiento pacifista” de “movimiento por los derechos civiles”. El rock nacía en un cóctel social que con el desarrollo de los medios y las nuevas tecnologías parecía estar diseñado para transformar la realidad social –incluido el mundo del rock- en un gran video clip. Hoy esto se ha conformado definitivamente. ¿Qué es un noticiero sino un gran video clip?
Hoy músicos de mediopelo dicen –cuando se les hace un reportaje- que en su reciente disco quisieron experimentar, que en verdad están en una etapa de búsqueda de un sonido nuevo. Estas ideas de búsquedas y experimentación pueden parecer novedosas a los adolescentes recién llegados al mágico mundo del rock, pero no lo son para aquellos llevamos más de veinte años esperando que algunos de esos músicos encuentren el ansiado grial de la música: el disco que revolucione la música popular –como se lo suele llamar- el famoso “album blanco”.
Conjugando esperanza y una renovada pero gastada inocencia, escuchamos esos prometedores discos con la ilusión de hallar una luz al final del tunel y para variar no encontramos nada. ¿Es que se puede experimentar mucho con las mismas estructuras armónicas fritas y refritas hasta el cansancio? Si a esto le sumamos que los productores que conducen artisticamente a los jóvenes músicos sólo piensan en lograr un producto masivo que pueda gustar desde Miami hasta Tierra del Fuego, la química de semejante alianza no puede producir otra cosa que lo que se llama “rock latino”, una especie de pop, rock lavado, arreglos caribeños con atisbos flamenquillos y un toque de ritmos robados del samba o el candombe.
Pero a la ensalada de este rock-pop mainstream falta agregarle el aderezo ideológico. Es en el soporte de su lírica cuando nos encontramos con apelaciones a la tediosa liberación sexual -¿todavía estamos en la década del cincuenta?- o críticas al marxismo que parecen el himno victorioso del pensamiento único. La fígura por antonomasia de esta vertiente ideológica es Shakira, quien combina la idea de “fijación oral” con versos que dicen cosas como “no creo en Carlos Marx”. Nos hubiera gustado saber qué opinaba de David Ricardo o de Adam Smith. Otro engendro de este género del pop internacional es Juanes, quien por el plural de su nombre parecería que son muchos, pero no, se trata más bien de un único idiota. Ambos genios, ambos poetas de este rock globalizado por las compañías multinaciones, han salido de Colombia, país en el que no sabemos si creen en Marx, pero del que sI podemos decir, se encuentra más o menos sufriendo fenómenos propios del siglo XIX. ¿Será que la historia primero es tragedia y luego farsa? , como supo decir ese del cual se permite descreer la novia de uno de nuestros exiliados de lujo.
1 comentario:
Y yo creo que no se puede experimentar con las mismas estructuras de siempre, lo que pasa que el oído de la gente no está adaptado a tolerar algo nuevo, mirá que hay millones de nuevas combinaciones. Y aún así, supongamos que alguien descubra un indio del monte que haga una música alucinante, el sistema lo captará y lo moldeará (quizás agregándole "atisbos flamenquillos")para la gran masa, lo populariza. Sistema capitalista que le dicen.
Creo que lo peor de Shakira es salir con el vago de la rua. (Igual le damos). Lennon dijo que no creía en varios, son licencias poéticas...
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