martes, febrero 06, 2007

LLÁMENME ISMAEL (cont.)

“Tengo que hacer memoria. Estoy segura de que fue una noche. Una de esas noches de calor insoportable en que suelo cruzar el río para refrescarme. Claro, cómo no la recordé antes. Sí. Hubo una noche especial. El verano pasado, cruzaba el río, mi cuerpo ardía de luz lunar. Después de mucho nadar, llegué a las costas uruguayas. Para recuperarme me tiré en la arena. Recostada en la ribera vi cómo brillaban en la oscuridad los ojitos blancos de esos duendes del bosque. Finalmente, me quedé dormida y de pronto me desperté a causa de una lluvia pegajosa. Era un puñado de niños salvajes que me regaban con su semen. Ni bien me moví un poco se asustaron y corrieron a refugiarse en la fronda ribereña. Decidí internarme para cazar alguno y llevármelo a casa. Me lo imaginaba en el jardín como un enanito de yeso. Penetré en el bosque en medio de la noche y sin que pudiera imaginarlo desemboqué en un claro. Lo atravesaba cuando unos jóvenes a caballo me rodearon hasta que uno me enlazó. Me subió a su potro y comenzó a galopar. Estaba confundida y extasiada. Yo iba adelante y él me rodeaba con sus brazos musculosos mientras con firmeza gobernaba las riendas. Enseguida comencé a sentir la dureza de su miembro debajo del taparrabos. En un salto que hizo dar al caballo, por encima de un árbol caído, me ensartó como si estuviera jugando al balero. Casi desgarra mi vientre, pero una se acostumbra a todo. Como la cabalgata se prolongaba y el salvaje se excitaba cada vez más, me dejé llevar por el goce. Fue tal el clímax que, junto con mis alaridos de india en celo, el nativo eyaculó todo su esperma. Una leche caliente a alta presión me elevó como si fuera un geiser. El líquido derramado hizo que el caballo, un brioso azabache, se empezara a pintar de blanco y como la vertiente no se detenía, el animal comenzó a trastabillar hasta terminar postrado. No me había dado cuenta de que los otros indios nos habían dejado solos. Mi cacique yacía en el suelo con la pierna aprisionada por su flete y yo confundida salí corriendo en cualquier dirección.

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