domingo, febrero 24, 2008

Al maestro con cariño

AUGUSTO TROMBETTA, LINGÜISTA
Diálogo en el café Sócrates

Por Leonardo Moledo (nota de Página 12 del 20/2/08)
–Me parece que nada es más apropiado para un diálogo que un café que se llama Sócrates, así que podemos empezar sin bajada, ni nada. Bueno, ¿en qué trabaja? ¿Cuál es su tema de investigación?
–Acá en la UBA, en un proyecto que tiene que ver con el léxico en la enseñanza. Es un proyecto de investigación aplicada, que estudia la vinculación entre la lingüística y la enseñanza. Desarrollamos pruebas de aplicación en chicos de distintas zonas (conurbano bonaerense, Capital Federal), todo relacionado con lo que sería teoría lingüística y cómo el desarrollo léxico revierte positivamente en comprensión lectora y también producción.
–¿Dónde están el léxico y las estructuras gramaticales?
–Van juntos. Muchas veces la conceptualización que se tiene de una lengua es simplemente el diccionario, un conjunto de palabras. Pero en rigor hay una estructura, por un lado, y una lista de palabras por el otro, indisolublemente unidas. En rigor, no hay palabras sin estructura.
–¿Y cómo hacemos para hablar tan veloz e intuitivamente, para tener acceso tan rápidamente a las estructuras gramaticales asociadas a esos conceptos?
–La verdad es que sabemos tan poco del cerebro que es difícil contestar. Las teorías más modernas aceptan que hay mecanismos mentales de naturaleza automática, tan automática como, por ejemplo, calcular distancias. Eso lo hacemos porque el mecanismo de la vista está preparado para eso. El mecanismo de la lengua, en este sentido, está preparado para articular y entender estructuras oracionales verdaderamente complejas en muy poco tiempo.
–Bueno, y volviendo a los experimentos que hacen: ¿hay muchas diferencias entre clases sociales?
–Los resultados no son tan simples como uno supone. Hay diferencias. Pero uno no podría solamente vincular eso con la cuestión de la estratificación social. Porque el proceso educativo por el que llegan al punto en que tomamos la prueba puede no ser el mismo. No se cumple de igual manera en las diferentes escuelas, o en los diferentes lugares. Hay más factores que influyen. La lógica que queremos imponer en nuestro proyecto de investigación es que el trabajo de lengua no es solamente de la materia lengua. La lengua está en las ciencias, en las matemáticas, en las ciencias sociales. El manejo del lenguaje tiene que ver con el conocimiento en general.
–Y también con lo que se habla en la calle.
–Claro, pero eso es un punto de arranque. El punto es que no todos los profesores piensan su asignatura como una materia que tiene que ver con el lenguaje. No digo que se tome en todas las materias al lenguaje como objeto de indagación, pero sí que se les inculque a los chicos esta idea de manejar reflexivamente el lenguaje: interpretar la información gramatical y conceptual, contextualizarla, ver si es coherente.
–Eso en la universidad... ¿Y en el Cedes (Centro de Estudios de Estado y Sociedad)?
–Trabajo en el área de educación superior; en una investigación sobre la caracterización sociocultural de los estudiantes terciarios.
–¿Y qué pasa ahí?
–Nada malo. La idea es ver por qué los chicos estudian lo que estudian. Lo interesante es ver las diferencias que hay entre los chicos. Por ejemplo, en el profesorado hay una variedad de motivaciones muy interesante, según el tipo de institución a la que el chico va.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo uno se encuentra con que los chicos que entran a los profesorados de enseñanza primaria o preescolar manifiestan que les gusta la enseñanza, trabajar con chicos. Pero de una manera muy consistente metían cuestiones de carácter social: “Si hay una forma de cambiar la sociedad, es a través de la enseñanza”. Es decir que como motivación personal colocaban una de carácter fuertemente social. Pero esa motivación no estaba presente en los chicos de enseñanza secundaria: ahí aparecen cuestiones más del tipo “me gusta la literatura”, “me gusta la matemática”...
–¿Y por qué estudian el profesorado y no la universidad?
–Muchas veces (esto ya me costó algún malentendido), el profesorado es una red donde va el que se cayó de la universidad. Puede ser por la dificultad, o por la burocracia, o por lo que sea. El profesorado les ofrece a los chicos una segunda alternativa.
–¿Tienen miedo a la universidad?
–No, no me encontré con esa idea, con la idea de que la universidad es difícil. Porque el profesorado también es difícil. Pero tiene algunas ventajas comparativas que la universidad no tiene: por ejemplo, es más fácil armarse rutinas.
–Hay un fenómeno que a mí me sorprende, que es la cantidad de gente que estudia carreras como Filosofía, o Letras, que son carreras que parece que no tuvieran ninguna aplicación práctica posterior.
–Ahí hay algo que hay que tener en cuenta. Las carreras de Filosofía y Letras son, de una manera muy consistente, segundas carreras para mucha gente. También hay chicos que vienen de tener un título técnico (periodismo, por ejemplo) y que hacen alguna carrera para complementar. Será aproximadamente un 10 por ciento. Lo otro a tener en cuenta es que los conocimientos que se aprenden acá no envejecen. Los paradigmas no cambian tan rápidamente: la gramática no cambia de un año a otro año; la teoría literaria tampoco.
–¿Entonces?
–Estos estudios tienen una llegada que no es la de la inmediatez, la de lo práctico. No es necesario hacer la carrera rápido para insertarse en el mercado laboral, por ejemplo.
–Yo había pensado que tal vez tenía que ver con la desorientación general de la sociedad. Sobre todo en el caso de la filosofía. En una sociedad que no sabe bien cuáles son sus valores...
–Tampoco somos tantos acá...
–Pero la carrera creció mucho.
–Sí. Pero tampoco tenemos que tener una lectura única sobre el asunto. La gente que yo conozco de la carrera de Filosofía es de una inteligencia atroz: cultiva un perfil bastante particular dentro de lo que son los estudios universitarios. Lo de la desorientación me parece inteligente; pero lo que quiero decir es que no creo que la carrera de Filosofía resuelva nada a nuestra desorientación.
–Pero yo pienso que, por ejemplo, cuando el marxismo era una doctrina que lo explicaba todo...
–El estallido posmoderno de los paradigmas contemporáneos lleva un poco a esa desorientación. No está más el marxismo que explicaba todo. Creo que desapareció con la muerte de Sartre: el entierro del último sistema filosófico completo del siglo XX. Tal vez es una exageración mía. Pero esa desaparición de los sistemas también trajo de la mano una recuperación de la investigación más empírica: ¡repensemos todo!
–¿Estamos en una situación parecida a la que se produce cuando se derrumba el pensamiento aristotélico?
–¡Qué lindo sería eso! Pero ahí vino el racionalismo... ¿qué tenemos nosotros?
–El posmodernismo parece estar en retroceso.
–¿Pero qué tenemos para reemplazarlo? El posmodernismo retrocede. Lo que van quedando son charcos. No hay unión entre esos charcos. Gregorio Weinberg decía que lo que esperaba de las nuevas inteligencias era poder crear vínculos entre las cosas que estaban desperdigadas. Estamos muy especializados, entendemos muchas cosas, pero no es sistemático.
–Yo lo que siento es una especie de neorracionalismo que asoma.
–En el ámbito de la lingüística lo que hay es una gran especialización, con charcos que no se tocan entre sí.
–Pero que la lingüística esté asociada con las neurociencias, por ejemplo...
–Es que ése es un charco. El otro es el que pone al lenguaje al lado de la antropología, al lado de la sociología. De momento se plantean como inconciliables.
–Lo que pasa es que dentro de la desorientación hay como una disputa entre el relativismo cultural a ultranza y una especie de racionalismo universalista.
–Bueno, ésa es la discusión de fondo. Cómo integrar dos cosas que, a primera vista, parecen incompatibles. Y posiblemente no lo sean. Fíjese que todos los trabajos apuntan a buscar universales, ya sea del lenguaje como de la cultura o la conducta. Incluso la antropología, ciencia relativista por excelencia, busca universales. En lingüística, por ejemplo, todo el relativismo que viene de la mano del estructuralismo no impidió la búsqueda de universales para comparar tipos de lenguas. Es decir que dentro del paradigma relativista también apareció la búsqueda de universales.
–Estamos en un mundo globalizado, y dentro de ese mundo lo que se enfatiza, finalmente, es la particularidad.
–Sí, es una situación paradójica.
–Uno puede pensar que eso ocurrió en otras épocas históricas. Por ejemplo, un campesino feudal estaba globalizado por la Iglesia, pero encerrado en su feudo.
–Claro, su vida empezaba y terminaba ahí.
–Lo que pasa es que no sé si el sujeto moderno soportará eso.
–Eso es lo que nos cuesta entender de las culturas orientales. Francisco Romero tiene un trabajo llamado “Hipótesis sobre las culturas” en el que propone la siguiente caracterización: el Occidente como la cultura del yo; la cultura india, donde la idea es el nosotros; y la cultura china, donde la idea es el todos. Nuestro yo pensante occidental (que no es otra cosa que el ego cogitans cartesiano) no se permite tan fácilmente pensar la globalidad.
–Creo que ése es, indudablemente, un problema argentino.
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viernes, febrero 22, 2008

No censuren a los artistas y a Fito y a Alejandro Sanz, tampoco

En una canción de Shakira la letra dice "no creo en Carlos Marx". Por su parte, el español Sanz canta en una letra donde glosa la idea de aquellas cosas que no son "lo mismo": "no es comunismo". Gloria Stefan, quien dijo que su último trabajo discográfico no era político, tituló la mencionada obra "90 millas". ¿Se tratará acaso de la distancia entre Miami y Cuba? Estos apóstoles de la no política se dan el lujo de hablar de Marx, del comunismo, de "mi tierra" -la que quieren volver a transformar en un cabaret- pero niegan a los cuatro vientos sus nexos ideológicos.
Shakira no dice "no creo en Adan Smith", ni Sanz reniega de la mano invisible del mercado. La colombiana tiene una de esas fundaciones para deducir impuestos, so pretexto de llevar esperanza a niños de barrios marginados. Para completar el cuadro, Paez salió a criticar a 
Chavez, tildándolo de autoritario por haber censurado a Sanz. 
Lo que la nota periodística decía era que fue el propio Sanz quien levantó su show por 
diferencias con el presidente de Venezuela. 
En rigor, no fue una censura del gobierno de Caracas hacia el español. 
¿La pregunta para Paez sería por qué un gobierno
 no tiene derecho a establecer sus políticas? Acaso las multinacionales 
donde él edita sus trabajos, le graban un disco a cualquiera.

miércoles, febrero 20, 2008

Participá y ganá.  Encontrá el error en este relato re vello para gente sin pelos en la lengua y ganate un pasaje para leer poesía en la villa del Bajo Flores.

Segunda persona

Te fuiste lejos, a Turquía, ¿te acordás? La foto que me enviaste para navidad: vos y ese marino inglés, en el bazar. Atrás la foto decía “con Paul en el bazar armenio, te compré unas pavadas”. La navidad siguiente cuando llegaste, me dijiste que la noche de ese mismo día que se sacaron la foto, Paul se embarcó para Argelia y vos te quedaste solo y no pudiste escribir porque estabas triste y porque escribir te hacía pensar y que vos, por esos días no podías pensar.
Claro que te entendí. Volvías después de un año y era navidad. No quise preguntarte nada. Te dije que dejaras las cosas en nuestro cuarto, que lo ibas a encontrar igual que cuando te habías ido y que descansaras que a la noche íbamos a cenar pavo y vendrían mamá, papá y tu familia.
Así que te fuiste a dormir y yo en la cocina me pregunté por qué mi alegría era tan sosegada. Había mucho silencio. Levanté la vista. Afuera empezaba a nevar y sólo se escuchaba el tictac del reloj.
Vos dormías y yo trozaba el pavo con tu cuchilla favorita. Durante tu ausencia la mandé a afilar varias veces. Te hubiera gustado ver cómo cortaba después de cada afilada. Entraba en la carne con extrema facilidad y yo pensaba “si todo fuera tan fácil en la vida como cortar un pedazo de pavo con una cuchilla recién afilada”. Nunca te escribía sobre las cosas que pensaba. Prefería hacer silencio o sólo contestar cosas triviales para que vos estuvieras tranquilo, bastante te afligía la distancia, pero cuando llegaba el correo mi corazón palpitaba más rápido. Pasaba con ansiedad los folletos de promociones o las boletas de los impuestos, buscando el pulso desganado de tu letra en el sobre. A veces escribías desde Saigón, otras desde Beijín, la última desde Turquía. Un día que llegó el correo repetí la ceremonia acelerada de los sobres. Encontré el tuyo y lo rasgué. Saqué un papel plegado en tres. Lo desplegué y leí un puñado de excusas que explicaban la postergación de tu regreso. No hubo más cartas hasta que un poco antes de que abandonaras tu destino, enviaras un telegrama informando tu retorno, que el ministerio había decidido tu traslado y que en Navidad estarías de nuevo con nosotros.
Después de tu descanso te vi bajar la escalera. Te habías engominado el pelo y vestías de negro como un oficial. En casa ya estaban todos y se acercaron a recibirte. A mí me extrañó el brillo de tus zapatos, lo encontré exagerado y no recordé que lo usaras así. Mamá y papá te rodearon. Tu familia formó un semicírculo a unos pasos tuyos. El pequeño Bobby corría desconociendo la escena, había nacido cuando te trasladaban de Beijín a Turquía, nunca recibiste la carta de tu hermana contando la llegada de su primogénito y yo no te conté la novedad porque nunca me gustó hablar por otro. Tu madre te tomó de las manos. La viste llorar y sonreíste, después miraste a tu hermana y le acariciaste el pelo, le acomodaste un mechón detrás de la oreja. Desde el primer escalón de la escalera, no habías llegado a descender el último, por encima de todos, parecías un obispo repartiendo bendiciones.

Te llevaron a la mesa. Como en una procesión eras el santo que todos adoraban. Papá te corrió la silla para que te sentaras y después te sirvió vino y tu mamá y tu hermana te sirvieron pavo y ensalada. Alguien te pidió que contaras anécdotas de tu vida en el extranjero y vos les dabas pequeñas dosis de sucesos banales que en sus oídos crecían como aventuras de un safari exótico. “Los hice reír”, me dijiste más tarde y yo te dije que siempre hacías eso, que ése era tu don. Pasada la cena se sentaron cerca de la chimenea y bebieron coñac. El pequeño Bobby, que había preguntado quién eras, estaba dormido en un extremo del sillón que ocupabas. Papá te ofreció un habano que no aceptaste. Nunca escribiste que en Turquía habías dejado de fumar, lo dijiste ahí, mientras apoyabas la copa vacía sobre la mesa ratona. “Paul me convenció que dejara”.
Un día de la semana siguiente insististe en ir al centro en plena nevada. Habíamos escuchado en la radio la noche anterior “pronosticamos una fuerte nevada para las primeras horas de la mañana”. Te lamentaste por el pronóstico pero me aclaraste que había algo importante que tenías que ir a buscar al correo, que te habían llamado de la oficina de encomiendas y que había un paquete para vos. A la mañana siguiente te vi arreglar las cubiertas de la camioneta mientras yo preparaba café y tostadas como a vos te gustaba. Después del desayuno te fuiste por la calle que se ve desde la ventana que está sobre la pileta de la cocina. Recuerdo el humo blanco de la camioneta, esfumándose, entre los copos lentos de la nieve que caía. Ese mediodía escuché la puerta de calle y tu voz diciéndome “hola”. Estaba en el subsuelo y te pregunté tontamente si habías llegado. “Ya bajo” dijiste y sentí el rechinar de la madera de la escalera en dirección a nuestro cuarto. Esa noche cuando nos acostamos y vi en tu mesa de luz un portarretrato, algo notaste en mí porque dijiste “me lo envió Paul. Es lindo ¿no?” No te contesté.
Los días que siguieron no hablamos mucho, aunque estuviste más afectuoso que de costumbre. Un viernes temprano, cuando desayunábamos, me dijiste que habías decidido ir al lago. Te contesté que no te podía acompañar, que tenía trabajo acumulado. Te di una vianda para el almuerzo y te subiste a la camioneta. Esa tarde escuché en la radio que había habido un accidente en la ruta al lago. “Un desprendimiento de nieve habría causado el desbarrancamiento de una camioneta.” Dieron la descripción: era la tuya.
Un frío día de enero te enterramos cerca de tus abuelos. Dejé pasar el invierno. Recién en la primavera me animé a guardar tus cosas. Lo último que puse en el baúl del desván fue el portarretrato. La misma mañana que terminé de disponer tus enseres en tu cofre, mientras bajaba del desván, oí que llamaban a la puerta. Un hombre del correo me preguntó: “¿Usted es... ?” No terminó de decir mi nombre; le dije que sí. Me dio una carta.

domingo, febrero 17, 2008

Por fin