miércoles, diciembre 31, 2008

Amigos lectores: Feliz 2009

Gone with the wind

En 1934 se filmó la película que da título a esta nota. En una escena que las antologías glorifican, Scarlet dice algo así como que va a mentir, robar o hacer lo que tenga que hacer pero que le jura a Dios que no pasará hambre nunca más. Bueno, años después los "americanos" entraban en la Segunda Guerra Mundial la que, según dicen, fue la que sacó definitivamente a EEUU de la crisis económica que arrastraba desde la famosa crisis del 29. La frase de Scarlet, pasó como mera ficción, pero hoy cuando la vi en uno de esos resúmenes de fin de año que suelen armarse para pasar el tiempo antes de que lleguen las doce, entendí que esa película emblemática, encerraba en sí, más que una promesa, lleva en sí el sentido de un programa político.

Hoy, en la franja de Gaza, arden, mueren niños, familias enteras, los armamentos que pueden matar una oveja en un subte, se equivocan de golpe y hunden un barco de ayuda humanitaria. Como en la película, a los errores se los lleva el viento. La administración Clinton en su momento también bajó un tren en alguna zona de los Balcanes, era un tren la Cruz Roja. Las mismas armas especiales, se equivocan sin querer.

Sin embargo, la promesa de Scarlet, pugna por aferrarse ante los embates del viento. Procurar que la tempestad no se lleve los negocios de una cultura de negocios, en Medio de ese ápice en el borde Israel, duele, que Scarlet levante el puño crispado de una joven histérica del Sur, furiosa porque el mundo se mueve y ella quiere comer.

lunes, diciembre 29, 2008

Ahora sí, descorchen en paz...

viernes, diciembre 26, 2008

Día de la independencia


En primera persona, porque así me lo pedís, Miguel Villafañe, responsable de Santiago Arcos editora: me llamo Esteban Zabaljauregui y recién hoy leo tus opiniones en este blog de una nota publicada tiempo atrás. Antes que nada, gracias por escribir. Volviendo a la primera persona: hubieras sabido quien soy si la revista Ñ, la que publicó tu nota sobre políticas culturales, hubiera publicado mi respuesta a la tuya. Lamentablemente, Aulicino, no la publicó, tendrá sus razones. Lo cierto, es que como soy verdaderamente independiente, casi no existo, la publiqué en mi blog. Por otro lado, como vanguardista que soy, “qué importa quién habla” o algo así citaba Foucault, entendí que el nombre estaba por debajo del debate: qué iluso fui. Sobre tu nota: lamento haber torcido el sentido de tus ideas por medio de un sistema –entiendo que mal intencionado- de citas enrevesadas. Los que no tenemos argumentos, nos dedicamos a difamar. Qué le vas a hacer, este mundo no tiene arreglo.

Ahora bien, respondiendo a tus comentarios. Sobre estas frases tuyas, cito como puedo: “la importación de lecturas y de valor agregado desde España en particular a la Argentina que produce un fenómeno de saturación el las librerías donde el libro producido aquí (sobre todo de las editoriales chicas)pasa casi desapercibido” y esta otra: “le propongo al autor de la nota que lo verifique, otro ejercicio es estudiar qué pasó con INTERZONA y qué va a suceder con varios sellos independientes durante los próximos años sino se comienza a debatir el rol del Estado como protector de las industrias culturales)”; opino lo siguiente: yo tengo una editorial llamada Ladosur ediciones, que más que independiente, depende en mí en todo lo que puedo hacer para que siga viviendo. Esto es, no dependo de las billeteras de señores que un día se cansan y adiós Interzona. Dependo sólo de mí y de lo que pueda vender. Ah, una vez gané un subsidio del plan del CMD. Te cuento, que publiqué títulos muy independientes que, oh paradoja del mercado, no encontraron el favor popular. Como además fui librero muchos años, muchas navidades, muchos días del niño, sabía que esos libros “independientes” no se iban a vender, conozco hasta dónde llega mi gente, sin embargo los edité. Miguel: ¿esto me da el título de editor independiente? Quién lo sabe.

Miguel: el problema de saber si soy o no un editor independiente no es sólo un problema que deba tratar con mi analista. El problema de esa definición es que es un imposible, por no decir: una argucia sin sentido o un mero anacronismo. Es una apelación a algo que nadie cree. Es una invención por oposición a una cuestión de mercado: la concentración. La otra palabra que conforma este rosario cool es “bibliodiversidad”. Bueno, uno es tonto, pero no tanto como dejarse engañar con esos dos espejos de colores. Ambas palabras cobrar un valor dentro de un espacio de construcción de poder y hegemonías. No hay independencia que valga, por ejemplo, desde el momento en que las revistas culturales reproducen timoratamente los designios del campo cultural, respetando a raja tabla, las modas y lo llamado “correctamente político”. Te invito a recordar qué pasó con el programa Opción libros de la era Telerman, dirigido por una colaboradora de Viñas. Más allá de las buenas intenciones, el programa se deshizo en el mercado que conforman muchos de esos libreros de la calle Corrientes que cuando les conviene apelan a la palabra independiente, para pedir los favores de las administraciones de turno. Recuerdo, que cuándo quise saber cuáles eran los recursos para llevar adelante este programa que te menciono, la respuesta que obtuve fue que esa información no me la podían dar. ¿Se trataba de una política de Estado en tiempos de guerra? “Y mis impuestos a dónde van”, pensé como buen liberal. ¿Y la libertad de prensa? ¿Y la independencia?

Me temo que la independencia es una palabra que suena bien en las películas americanas que reflejan o producen las propias pesadillas del sueño americano. Felices sueños.

miércoles, diciembre 17, 2008

Desesperen: teatro de Guebel

A pesar de todo, Ladosur ediciones presentó otro libro "Tres obras para desesperar", de Daniel Guebel. Dramaturgia al servicio de la ansiedad y el absurdo.
En las fotos que siguen encuentren al editor responsable.

La gente linda de Palermo Soja

Guebel y Quintín

martes, diciembre 16, 2008

La letra con sangre...

Es increible lo tarde que uno puede aprender las cosas. Con mis cuarenta y dos años cumplidos hace poco más de un mes, recién hoy me entero de que iba aquél viejo dicho que se inicia con las palabras que titulan esta nota. Hoy presenté un libro de mi editorial en la librería Eterna Decadencia. Mis libros no estaban porque el imprentero no me los dio a tiempo, parece mentira. Sin embargo, esto no fue obstáculo suficiente, porque mi autor presentaba otra obra suya publicada por la mencionada editorial de la librería en cuestión. Las cosas salieron adelante. Se presentó el de Eterna Decadencia y se anunció la pronta salida del mío. Lo que hoy me terminó de caer, cual ficha, era a qué se parecía la coqueta instalación de la librería. Sí, de pronto, lo vi con claridad: se parecía, más bien remedaba, a una estancia de la Patagonia. Até cabos. El dueño de la editorial-librería es heredero de una familia con grandes extensiones de tierra en nuestro bien amado Sur; familia que además regentea una cadena de supermercados que se reparten a la largo de la Patagonia. Supe, de golpe, que ese emprendimiento cultural, estaba financiado por la última avanzada del roquismo en el siglo XXI, roquismo que está más vivo de lo que creemos. La letra con sangre entra.

sábado, diciembre 13, 2008

Frutas de fin de año: un regalo para la boca

La empresa comunista: eso dicen

Saramago dice ser un “comunista hormonal” y eso no me dice nada hoy por hoy. Hace unos días comencé a trabajar en una empresa que dicen “es comunista”, al menos en su remoto origen, pero lo cierto es que tiene más marketing y recursos humanos que las más cerradas de las capillas capitalistas. Claro, no es que quiera redundar en esa lógica de que los extremos se tocan como diría Doña Rosa. ¿Cuáles son los extremos? ¿Qué es un extremo? ¿Qué es tocarse? Podrían ser preguntas para que Doña Rosa se haga, pero sé que la dona nunca se las va a ser: sería atentar contra su propio dasein. La cuestión es que me hallo inmerso en una maraña de mails diarios, hablando de estructuras de trabajo. ¿Vieron? Eso que le endilgaban al comunismo soviético, eso de ser burocrático, pesado; eso, no está lejos de las empresas capitalistas que tenemos. En la maraña que menciono se encuentra un mágico y antropológico sistema de control puesto en acción por los propios empleados que internalizan, con mucha fe y nada de meditación, las mutaciones del antiguo panóptico. No hace falta un tipo en una torre mirando a todos los presos, si entre nosotros nos podemos controlar mejor. La frase más escuchada es “mandamelo con copia a mí”. Sí, el genio de los programas de correos inventó dos funciones brillantes: la copia abierta, para demostrar sinceridad y espíritu gregario; y la copia oculta, para operar de modo secreto, en el más claro plan delator. Así, un mero programa de computadora, se convierte en un programa de gestión laboral, de relaciones laborales, de mecanismo de control. El genio que lo inventó, justificará ingenuamente las bondades del sistema, bondades llamadas “utilidades del sistemas”, sistemas que la gente conoce como “utilitarios”. Y acá hay algo interesante: ¿qué puede tener de malo, de perverso, un útil? Lo utilitario, en clave de útil, remite al universo escolar donde la regla, el lápiz, el cuaderno, eran llamados –al menos en nuestro país- “útiles”. ¿Qué puede tener de malo una regla salvo que se la utilice para atizar los dedos de un estudiante? Pero cómo es que derivé de Saramago hasta la paranoia de los mecanismos de control y sus instrumentos de castigo. No lo sé. ¿El lector encontrará una línea argumentativa? ¿Es este un problema que debe afectarme para seguir escribiendo? Qué sé yo. Lo cierto es que “utilidad”, es también un sinónimo de “ganancia”, de renta. La línea: Saramago, controles de trabajo, capitalismo versus comunismo, elementos de castigo, ganancia, parece tener cierta relación. Al menos, son palabras que se empiezan a juntar en esta página y, en especial, dentro de cierto conjunto, que como tantos otros, no deja de ser arbitrario, pero coherente mientras funcione internamente. Saramago hace culto de su rictus, de su cara de Saramargo. ¿Por qué? Porque hay un mandato pueril que dice que ser comunista es ser serio, grave. Los problemas del mundo no son joda. Bueno, no son joda, eso es cierto. Sin embargo, mientras Saramago encontraba la llave del éxito que lo llevó a una plácida estancia en la isla de Lanzarote y acariciar todos los meses la abultada cifra de su cuenta bancaria, yo me hunde en el laberinto de los correos con copia. Esos correos que componen una novela epistolar por demás tediosa, casi una cifra de lo que puede imaginarse como un castigo en el averno. Nadie, ningún lector, podría, soportaría leer ese horror vacuo de mail uno detrás de otro. Sade, comparado con esa escritura, es un inocente libro de cocina. La pesadez de la delación continua y la nada en su forma más acabada y concreta ¿no parecen la encarnación del horror per se? Si el tedio en Kakfa es la figura del espanto y la nada, los correos internos de las organizaciones son su proyección más veraz. Por eso siempre pienso que Kakfa era un realista más que un vanguardista. Últimamente escuché la frase, tan usada en las colas de las películas de cine, “una ficción basada en hechos reales”. Hoy me convenzo que la lógica es a la inversa: “un hecho real basado en una ficción”. Ya sé: está de moda decir que la ficción produce realidad. Es cierto. ¿Pero hasta qué punto conocemos los alcances de eso que nos parece, hoy por hoy, evidente? Yo creo que no mensuramos la verdadera espesura; desconocemos los límites de ese fondeo. El entramado ficcional se convierte en lo único real, no hay otro relato que esa vida entre paredes de personas que se convencen cada día de que el rol que juegan es real. Por lo tanto, ¿de qué sirve escribir una novela para denunciar, para contarle al mundo el horror de una estafa, si en nuestros papeles diarios no vivimos más que en una ficción? Denunciar por fuera de qué a quién. Sin duda hay un “afuera”, ficcional o no. Ese “afuera” es el que legitima la ficción. Un compañero de mi trabajo nuevo, el de la empresa comunista, me dijo que el primer año que trabajo, no hacía dos meses que había ingresado, en la fiesta de fin de año, se gano un premio sorteado: “un viaje a Buzios”. Comunismo y turismo, pensé. Claro, el turismo también es una cara de la administración: basta con ver esos “paquetes” que venden las agencias de viajes para entender que el “tiempo es dinero” y que dos días en París, medio, en Bruselas, dos en Berlín, etc., son el ejercicio más parecido a la felicidad que tenemos. Pero acá también hay una afuera: están los que dicen “yo no viajo en tour, me organizo solo”.


continuará...