domingo, diciembre 31, 2006
La columna de Don Genaro
Mujeres de Generadas
Las cuestiones de género llenaron bibliotecas y ganaron el cuidado de las enunciaciones en cualquier ronda de amigos de clase media para arriba. Lo que se conoce como políticamente correcto debe ser especialmente tratado al momento de pronunciarse sobre estas cuestiones. A tal punto la mirada de género es ostensible que cuando recordamos la novela de Cambaceres "En la sangre", no olvidamos la relación entre género, genética y determinismo biológico sobre la que monsieur Panesi armó su análisis. Por su parte, la lírica Joni Mitchell escribió en una de sus canciones "estás en mi sangre como un vino sagrado", acaso porque el género es eso que se porta debajo de la piel, que nos recorre, que compone nuestra genética o, parafraseando a Panesi, el genero es un texto, finalmente, una forma de lectura.
Entonces, cómo iba a dejar a las chicas sin sus hombres. Hasta acá todo muy hetero, es cierto, pero vamos de a poco. Demasiadas rubias y qué hay de nuestros efebos. Don Genaro, columnista especializado de Deshecho, le propuso al comite evaluador una líneas para ellas. Nos pareció justo. Chicas, llegaron los muchachos.
sábado, diciembre 30, 2006
El cine que no miramos
Eragón o siempre la misma historia
1- alguien que tiene "la" marca
2- un sabio que desde tiempos inmemoriales lo estuvo esperando para hacerle saber que él, nuestro elegido, tiene una misión
3- por último, una chica que en un momento determinado le dice "eres el elegido"
lunes, diciembre 25, 2006
Elecciones afectivas. Número 2
"Como el movimiento se demuestra andando", recordamos la famosa la sentencia del físico Charles Balá, anticipamos una nueva sección que en breve mostrará sus dientes en deshecho: "El cine que no miramos".
Una lupa puesta sobre aquello que nos interesa. Una manera de rescatar el fragmento por encima de la obra. Por qué no decirlo: otro capricho más.
lunes, noviembre 20, 2006
El Dream Team: no pertenecer tiene sus privilegios
Una imagen puede más que mil palabras, dicho y hecho. La foto que precede estas líneas confirma esta sentencia popular. Los que forman esta escuadra, no son otros que los nuevos valores de la escritura nacional. Algo misógina la imagen, sí, son todos hombres. Es que el futbol es un deporte de machos y las letras, la escritura, no la carrera que se cursa en la universidad, también.
Por simple teoría de conjuntos diríamos que los que están fuera de esta foto no pertenecerían al círculo de los elegidos. Sin ir más lejos, esta estampa no deja de ser una buena cifra de cómo se conforman determinados círculos y cómo puede ser el ingreso a ellos.
En el viejo barrio de la infancia se decía que el dueño de la pelota jugaba siempre. Muy bien, brillante manera de resolver el conflicto sobre quién detenta los medios de producción. Los demás podían ser allegados en primero o segundo orden, por amistad o conocimiento. Después entraban los advenedizos y finalmente, aquellos que eran necesarios sólo cuando el número total no alcanzaba para completar la fiesta.
Los que estamos afuera y queremos entrar debemos de alguna manera buscar las estrategias para acceder al paraíso. Es una tarea difícil.
domingo, noviembre 05, 2006
Daniel Guebel no ganó el premio Clarín, pero como si lo hubiera ganado. Deberíamos medir el centimetraje virtual o sobre papel, para comprobar que se escribió más sobre él que sobre la joven que finalmente resultó ganadora del certamen.
El centro del episodio que desata los regueros de tinta sobre este autor de numerosas novelas, relatos y notas periodísticas, se dispara después de que Guebel, quien –en la realidad- había resultado segunda mención, que había subido al estrado creyéndose ganador, que daba un discurso, donde agradecía a su familia; se encuentra –después de los agradecimientos- con una periodista a un costado del escenario quien le pregunta –palabras más, palabras menos- qué sentía por haber ganado la segunda medalla. Guebel en sus propias palabras cuenta lo sucedido: “ ‘¿Qué decís, nena? ¡Yo gané el premio!’. ‘No’, me dice, ‘fijate en la plaqueta’. Abro la cajita azul. Efectivamente. ‘Bueno’, me dice la periodista, ‘Es muy importante. Hagamos la nota’. ‘No. Es un bochorno. No lo puedo creer. ¡Creí que había ganado, agradecí el premio, lo dediqué. Es una pesadilla, una cámara oculta del programa de Tinelli!’ Me voy, la dejo con el micrófono encendido.” (Cita tomada de la columna de Guebel en el diario Perfil de la ciudad de Buenos Aires)
Parado en este punto, después de haber leído las notas que dan cuenta de la desdicha de Daniel Guebel, en especial, después de haber leído la nota en la que Pablo Toledo, analiza punto por punto la columna de Guebel, haciendo leña del árbol caído, pienso que la idea de “centro del episodio” con la que comencé es por lo menos imprecisa. Por comentarios que llegaron a mis oídos, más algunos elementos que se desprenden de las notas mencionadas, en realidad no hubo un centro, o un punto en el cual la tragedia patética se conformara del todo. Lo que ocurrió con Guebel fue una especie de casualidad esperada. Por algún motivo, todos vieron en Guebel la víctima ideal, el blanco de sus ironías. El azar les dio la oportunidad para ensañarse con este chivo expiatorio. ¿Que Guebel es soberbio’ Seguro. Pero Pablo Toledo, ¿alguien leyó su novela? Si algo mata a la escritura es poner el ego por delante del texto; si algo hay en la novela de Toledo, es justamente eso, no se la puede leer, porque un gigantesco Ombú de vanidad se interpone entre las letras y nuestros ojos. ¿Que Guebel ninguneó a la audiencia y hasta la misma ganadora del premio? Por supuesto. Pero en reemplazo de ¿qué cosa se escribe tanto sobre Guebel? Los que pusieron el foco sobre Guebel ¿no ningunearon, también, a la ganadora del certamen al negarle la palabra? Por otro lado, mientras nuestra víctima se define como “soy un farsante, un impostor patético”; bovarismo mediante, mientras la obra de Aira se sintetiza como la glosa frívola y reiterada de personajes farsantes e impostores patéticos, nunca escuche a nadie quejarse de que la médula de la escritura de ese Balzac argentino que vive en el barrio de Flores, se constituyera por episodios como los ocurridos el otro día en el MALBA. De alguna manera realidad y ficción conviven en este caso, casi tanto como en los noticieros. Ese "nadie", me temo que incluye a Toledo y al periodista de Ñ.
Al mejor lector se le escapan los signos. El propio Guebel, ciego por sus ansías, enamorado de su propia imagen, no leyó lo que pasaba. Ni siquiera leyó la medallita. Esto prueba que se lee lo que se quiere, lo que se puede y no todo lo que está lanzado delante de nosotros. A partir de acá cabe pensar lo que ya tantas veces se pensó: cómo se constituye la objetividad.
Una reflexión final. Jorge Aulicino escribió en la revista Ñ en torno del affaire Guebel: “La entrega del Premio Clarín... dio lugar a una situación hilarante, que el protagonista no trepido en hacer pública en las páginas de Perfil...” ¿Fue realmente Guebel el protagonista? En el reino de los contrafácticos, Guebel debe estar todavía preguntándose: “¿y si yo en vez de haber tomado cuatro copas de champagne... hubiera...?”
Por mi parte, no deja de asombrarme esa multitud silenciosa que vio en este episodio la oportunidad para acordarse de la vanidad ajena. Tampoco deja de asombrarme que la prosa de Aulicino tenga espacio en cualquier clase de medio.
martes, octubre 31, 2006
Algunos -y que esto no sea leído como una sentencia- sólo tienen profile. Su mundo no es más que la extensión de su perfil; y su perfil llega hasta los límites de su blog. Finalmente, todo forma un círculo y el perro se muerde la cola. El blogista se mira al espejo y el espejo le devuelve su rostro. Letras, ocurrencias, fotos de chongos haciéndose la del mono, una serie links estudiados, las visitas de los amigos, de los recomedados, qué más.
viernes, octubre 27, 2006
Después de lo que todos sabemos, qué importa el juicio de la mayoría. Finalmente, quedamos reducidos a un juicio unitario, personal. Buscamos nuestras propias conclusiones. No ignoramos lo que sabemos del determinismo, la marca de clase, la lengua que nos habla. Es más, nadie podría creerse tan original, eso está claro, como para pensar que descubrió algo que nadie antes había visto. Sin embargo, dejamos la puerta abierta para decir algunas cosas. Primero, el cuerpo. Segundo, el amor. Tercero, el arte o cuando menos, el artificio. Es una trilogía compleja, rica en matices y recovecos. Lo mismo puedo decir de ella, con la salvedad de que todas las aristas de esa trilogía se pliegan en un solo escherzo. El cuerpo se pliega en el amor, el amor en el artificio, y al fin todo es una forma de la estética, una gimnasia, que nos cautiva como un acto de proezas en el circo. Frente a ella ¿volvemos a ser niños?
miércoles, octubre 25, 2006
Así, Independiente puede ser un equipo que algunas fechas consiga resultados heroicos y otras, rotundos o mediocres fracasos. Prueba de esto son los resultados del presente campeonato así como de los últimos diez o quince años. Podríamos decir, para ilustrar con una fecha clave, desde que se retiró Bochini.
La decadencia de Independiente no está fuera de otras decadencias que afectan a la sociedad argentina en general, sin embargo, “mal de muchos”, no exime al equipo de Avellaneda, de plantearse de una vez y para siempre, volver a retomar la senda que supo transitar, aquella que lo llevó a los éxitos que lo hicieron grande, o quedar instalado al infinito, en los vaivenes del azar deportivo.
No se puede pensar en un proyecto cuando cada año se arma un plantel diferente con jugadores que –profesionalismo mediante– vienen al club a hacer su trabajo como trabajadores golondrinas. La identidad, lo que pensamos de qué se trata esa palabra “identidad”, se construye cuando se piensa en términos de un proyecto más o menos a largo plazo. Resulta difícil explicarle a un jugador que se pone la camiseta de Independiente por una temporada, lo que para el simpatizante, implica la historia de ese color. No alcanza con traer un técnico, como se dice ahora, del riñón del club, para que eso, por arte de magia, impregne a los jugadores, de la otrora mística copera. Hace falta mucho más. Es necesario, entender y hacer entender, a directivos, hinchas, jugadores y cuerpo técnico, lo que implica una tradición, esto es: una historia y una responsabilidad asumida con dicha historia.
Es hora de parar la pelota y recordarle a quien está por entrar en la cancha dos simples preguntas: “¿Vos sabés qué significa la camiseta que tenés puesta? ¿Vos sabés quién se la puso antes que vos?”
Sí, porque un proyecto a largo plazo va más allá de las coyunturas, aunque la historia se nutra de ellas; un proyecto es saber a dónde vamos y de dónde venimos.
domingo, octubre 15, 2006
La realidad le ganó al pochoclo
Entre los que se olvidan de apagar sus celulares y aquellos que llevan consigo un kilo de pochoclos, faltaría que alguna marca de gaseosa sponsoreara nuestra bandera, justo en el lugar donde va el sol, para que nuestro mundo de capas medias se consolidara finalmente como otro apéndice del estúpido mainstream americano.
Por suerte, el viejo materialismo, algo oxidado, todavía da muestras de salud. Hoy cuando me disponía a entrar al cine Village Caballito, me topé con un paro realizado por sus trabajadores. Sí, esos que uno prejuzga como chicos Mc Donals; esos que a uno lo reciben con una sonrisa de oreja a oreja y a los que se los uniforma con horribles camisas celestes; sí, esos a los que no les dejan recibir propina cuando se entra a la sala; sí, esos, se habían unido para hacer una medida de fuerza.
¿Por qué? Porque ganan $500 por mes. Porque nadie les repeta sus horarios. Porque no son dueños de su tiempo: cuando hay poco trabajo los mandan a sus casas y cuando hay demasiado, los obligan a quedarse. Esos, hoy me dieron una lección de conciencia.
La empresa dueña de los complejos de cine, por su parte, les ofreció, para que levantaran la medida de fuerza, la absurda suma de $0.88 de aumento por hora. Los trabajadores dijeron que no. Hoy en ningún Village se vieron películas; tampoco documentales donde se cuenta los sufrimientos de la gente en lugares extraños del planeta ni siquiera el lado oculto de las compañías de aviación.
domingo, septiembre 24, 2006
Elecciones afectivas. Número 1
Nicole Kidman
Amigos, los caminos de la frivolidad y cierto sentir democrático cercano a la demagogia, me decidieron por agregar una sección que no debe faltar en cualquier publicación periódica que se digne de serlo. Me refiero a la clásica serie de fotos de luminarias femeninas. En el caso de "Deshecho", la idea es seleccionar a aquellas bellezas de las cuales se puede "predicar" algo. Este es el caso de Nicole Kidman. En lo que toca al predicado podemos preguntarnos: "¿Hace falta decir algo más sobre ella?" Es probable que haga falta animarse a elaborar un par de comentarios. No faltará oportunidad.
¿El único que lo ve a Zizek en el barrio soy yo?
viernes, septiembre 22, 2006
Los deliquios del ideario
miércoles, septiembre 20, 2006
Kombatiendo al Kapital y Sex and the City
domingo, septiembre 17, 2006
La Razia
La barba longa y cana de Carlos Marx le parecía una de las cosas más hermosas que había visto en toda su vida. Sí, eso, esa imagen casi de un santo zurdo y unas pocas ideas que se habían pegado en su cabeza después de leer algunos textos del filósofo, lo decidieron.
Nunca había tenido en sus manos un fierro. En verdad, en su infancia había sopesado a escondidas un viejo 38 que su padre había trocado por una guitarra a un sargento del 7 de Infantería de La Plata en la década del cuarenta. Exacto, salvo por eso, nunca había tenido en sus manos un revolver. No era un marginal acostumbrado desde chico a la violencia de una hogar plebeyo. Sin embargo, sentía que su hora había llegado y más allá de lo que había vivido, ahora tenía que hacerse cargo de lo que sentía. “Un fierro es un fierro” se repitió varias veces sin saber por qué. En fin, un fierro era algo después de lo cual, no iba a ser fácil volver atrás. Dicho de otra manera, era muy probable que no pudiera volver. Como aquellos que por cualquier motivo, ideales, por mera desesperación, o simplemente porque la vida los llevó, de pronto, entran en la clandestinidad. Y sí, la clandestinidad es un camino de difícil retorno. Muy pocos son los pueden regresar para incorporarse a la sociedad común. En su caso, él tenía claro que no iba a ser fácil volver y lo peor iba a ser lo que podía encontrar después de transitar ese camino. Si todo terminaba mal, cosa más que probable, la cárcel era el destino seguro y él sabía con claridad que era preferible la muerte a caer en prisión, por todo lo que cualquiera sabe.
Sentía lo que se llama conciencia de clase. Él no era un filósofo como para tener grandes ideas. Lo suyo era algo más bien de pocas vueltas, un par de reflexiones y ya. Claro, eso era más de lo que puede producir cualquier hijo de vecino, pero no lo suficiente como para dar cátedra de nada, mucho menos como para tomar decisiones trascendentes, sin embargo era lo único que tenía como para diseñar un cambio de vida. Mañana, hoy, después de entrar a su trabajo se iba a cargar a su jefe simplemente porque ya lo tenía cansado.
Mientras desayunaba, el fierro se lucía sólido y mudo cerca de las tostadas, justo enfrente de la taza de café con leche. “¿La muerte acaso no es siempre nuestra compañera? A morir y matar” se le cruzó por su cabeza “qué frase estúpida” también se le cruzó por la cabeza. Muchas cosas se le cruzaban por la cabeza. El poster de Marx que veía en la librería donde solía perder un poco el tiempo cuando salía a hacer trámites para el trabajo. Lo más lindo de todo era su fierro. Para él era como un objeto bello en sí, lo más cercano a un objeto de la vanguardia. Algo que definitivamente fue pensado para seducir a la humanidad. La belleza que mata. Finalmente, un objeto de amor. Acariciarlo todos los días a la mañana, mientras desayunaba, lo tranquilizaba. Lo colocaba en su centro y eso lo relajaba para encarar las actividades del día. En el fondo de su mente sentía como una promesa de alivio, quizá algún día las cosas cambiarían. Cambiarían gracias a ese fierro que por ahora era sólo compañero en sus ensoñaciones a la hora del desayuno, pero que sabía que tarde o temprano podría llegar a transformarse en director de cada uno de sus movimientos. Sí, el revolver lo dirigiría a él, contrariamente a lo que se aconseja. A decir verdad, nada más cerca de la realidad.
¿Y qué se supone que hizo?
No hizo nada o iba a hacer todo. Levantó la mesa del desayuno, ordenó todo cerca de la pileta de la cocina, donde dejó los platos que limpiaría a la noche, al regreso del trabajo, guardó el revolver en su pequeño bolso de mano, se puso el saco, dio una última mirada alrededor de la cocina y salió del departamento. Como cualquier otro oficinista caminó rumbo a la estación del subterráneo. Llevaba su revolver como una presencia insospechada. Nunca había notado su verdadero peso, ese que se acrecentaba en las cuadras previas al subterráneo y que en el trayecto hacia la oficina se dejaba sentir como un peso muerto pero latente al mismo tiempo. Los otros cuerpos que lo rozaban con el vaivén del vagón no podían imaginar la presencia de ese cuerpo de metal dentro de ese bolso, un bolso como cualquier otro. Lo que siempre lo igualaba al resto de sus compañeros de viaje, su ropa, su trabajo, su horario, por qué no, su trayecto, hoy lo diferenciaba. Claro está que sólo él apreciaba esa diferencia. Nadie lo hubiera notado. Tanta gente apretada, tanta gente parecida. Sin embargo, secretamente, él se sentía diferente.
El viaje llegó a su termino. El caudal de personas salió de los pasillos del subterráneo como si fuera un chorro de agua que surge de golpe en la superficie, proveniente de napas profundas. Ese río humano, era gracioso, aunque para él era la imagen viva del tedio.
Se trataba de subir a la oficina. Para eso tomaba el ascensor del medio, era el único que se detenía en su piso y además, el único que era manejado por un ascensorista. Los otros dos, además de dejarlo un piso arriba o uno abajo, eran automáticos, traídos un año atrás de Japón, como gesto inequívoco de que la empresa progresaba y por eso invertía en esa clase de servicios. Después de recibir el saludo cotidiano del ascensorista y de responderle casi en silencio, se escuchó una serie de números que cada uno de los ingresantes decía sin dudar. Notó que todos esos números formaban una cifra. Un número que seguramente cambiaría con cada viaje, a cada momento, cada día. Concluyó que cualquiera que se tomara el trabajo de analizar esa cifra mutante, llegaría a la misma conclusión que él: Esa cifra no significaba nada.
Se abrió la puerta de metal y salió junto con otros que tomaron distintos caminos hacia distintos puestos de trabajo. Tenía tiempo y antes de empezar pasó por la cocina a servirse un café que llevaría a su escritorio minutos después. En ese trayecto vio por encima de los biombos que separan cada sector, cómo su jefe hablaba con una compañera de trabajo. A pesar de reparar en esa imagen, nada le importó menos.
Con el café sobre su escritorio, comenzó sus actividades cotidianas. Pasaron algunas horas de intercambios habituales. Todo estaba tan bien que por qué algo debería cambiarlo. Es difícil negar que mientras trabajaba no estaba imaginando el momento en que sacaría el revolver sin dudar, sí, con algo de frialdad, y descargaría con ganas los seis tiros del tambor. Es cierto, no hay por qué negarlo. Se lo imaginaba y en algún punto eso le aceleraba el ritmo cardíaco. “¿El baño sería mejor?”, se preguntaba con justa razón. No está de más que decir que no era un pensamiento especulativo. No pensaba en eso para poder sacar algún tipo de rédito extra. Quizá pensaba en eso porque visualizar la imagen del baño blanco interrumpida por el rojo intenso de la sangre no dejaba de imponerse en su imaginación como algo atractivo: (su jefe inclinado lavándose las manos, luego de golpe, algo sorprendido mirándolo por el espejo, viéndolo con un revolver en la mano y él viendo todo esto, obviamente, y viendo –esto ya no lo podría ver su jefe- como el chorro de sangre y sesos estallaba contra el espejo y la cerámica blanca del baño)
II
Siempre quise vivir en Hamburgo. Sus canales, el sórdido metal ahumado de sus clubes nocturnos. Sus noches, sus mujeres. Su lluvia batida por los vientos del estuario. La noche en que te conocí, las cinco cervezas que tomé sin darme cuenta. Esos marineros acodados al final de la barra. El grupo de turistas tristes sentados junto a una de las ventanas. Ese ancla gastado colgado arriba de la puerta del baño de hombres. Hamburgo: los volkswagen color verde, las niñas con faldas escocesas, las ancianas comprando embutidos en el mercado callejero y por sobre tu mirada inocente, deslumbrada por la idiotez del mundo, derrochando maquillaje de vedette barata. Cómo finalmente no te iba a matar para hacer de todo esto algo mejor que una canción de amor. Hamburgo, siempre quise vivir en Hamburgo, volver a escuchar a los Beatles como en los primeros años de los sesenta, cuando eran algo más que adolescentes y querían tocan la guitarra. Hamburgo, la Venecia del Norte, la de los mil canales, la del verdadero amor, la ciudad olvidada por los poetas, la de las calles húmedas de verdín, la que siempre me fue ajena como una belleza furiosa e inaccesible. Hamburgo triste y alegre, dicen que tu horizonte es el mundo, bonita idea. Por eso, con el mundo como testigo, cómo no iba despedirme de vos diciéndote para siempre, adios. Unos jubilados juegan a los dados en tus jardines, los más verdes de Europa, mientras las pantallas del mundo se llenan de Internet para dejarnos ciegos o extasiados, en el preciso instante en que un millonario aprieta el acelerador de su Mercedes para alejarse de su custodia. En tus ojos de diosa platinada veo todo el esplendor de Alemania. Mi mente vuela libre y ve en el cielo la estampa del Führer. Dios existe, lo siento en mi corazón y ahora que todos jugamos a ser dios, mejor que nunca comprendo su muerte. Dios existe muerto y eso nos vuelve mejores.
Pero qué importa esto si mientras estamos soñando en los alrededores del puerto se vende el pescado fresco, recién capturado por esos marinos más viejos que la edad media. Qué importa lo nuestro cuando en las calles se huele el café recién molido y los deportistas hacen sus rutinas al aire libre. Nosotros caminamos, nos besamos incontablemente. Cada recodo, cada puente, forzaba sin quererlo, la excusa para el amor. Los ojos se nos llenaban de lágrimas. Siempre quise vivir en Hamburgo.
domingo, enero 22, 2006
Lo que el César dice sobre la vida de un escritor ausente.
a Ch. F
“Es probable que sea su ficción más lograda. ¿La historia de un poeta nacional? Parece increíble que con ese tópico menor, y por qué no algo aburrido, haya escrito un texto inigualable, lleno de erudición, un despliegue polémico del humor como herramienta para abrir los espacios cerrados del pensamiento literario. De todos los males, me refiero a esos que nos afligen a los escritores –nadie podría decir con precisión cuáles son- él eligió el mal menor para detonar una cuidada batería de argucias y procedimientos que aún hoy nos provocan a la hora leer su obra y pensar su posible alcance. ¿Alguien podría pensarlo mejor? Digo, que a partir de una pequeña anécdota, al fin y al cabo para él una anécdota era material suficiente para imaginar un sinfín de posibilidades, sentado frente a su máquina, con su vaso de bourbon –con o sin hielo– al alcance de su mano y de sus labios, todo parecía simple y natural. Comenzaba a escribir una palabra detrás de la otra, sin ataduras, haciendo caso a un dictado elegante e inteligente. Los que saben, saben que él sabía más que los demás. Eso habrá despertado más de una vez la envidia de sus contemporáneos. Sin embargo, hoy, a pesar de todo, se reúnen para homenajearlo. En los actos que celebran en su nombre y a su memoria se dicen cosas triviales pero inevitables: Que murió demasiado joven, que a pesar de su edad parecía mayor, que usaba un bigote que por demodé le daba aires de extraño dandy en un país arrasado por la decadencia, que fumaba de una manera particular, su forma de sostener el cigarrillo parecía la de un oficial alemán en las películas americanas sobre la Segunda Guerra, que miraba de costado como si fuera un embajador, que el arito que pendía de su oreja derecha lo acreditaba en determinados círculos como un gay sórdido y limítrofe, por qué no, que era un erudito, un niño mimado. Todo esto se puede y se debe decir mientras se sirve el vino blanco y los presentes se sienten más vivos por sostener la memoria de un muerto que les da una razón para hacer sociales y en especial para reconocerse, de alguna manera, como los apóstoles de la obra de ese joven viejo que se fue y que entendía la cultura como un campo minado de lugares comunes que había que despejar con la clara conciencia de no saber bien para qué.
Su biografía nos hiere, nos provoca. De todos los detalles imaginables con los que un biógrafo puede reconstruir la historia de un hombre, uno o dos alcanzan para abreviarnos la pesadez de ese miserable género: escribió tres novelas y se educó en un lugar tan arduo como el Colegio Naval. Quizá por eso, por esa rara combinación de escuela militar, laicismo universitario –no olvidemos su tarea docente en la universidad– su aguda mirada de critico y su desenfado a la hora de abordar la ficción, quizá por todo eso, hoy su obra –a él no le hubiera gustado este epíteto– no termina de encajar en ningún casillero y es a cada relectura un incesante instrumento que nos perturba, nos cuestiona. ¿El alcance de un texto se mide en su capacidad para horadar nuestro delicado equilibrio de lectores? Pocos o ninguno, apenas sólo él supo de las variables, de los temas menores, de aquellos que hacen que una escritura se vuelva literatura, se afiance como una tradición, se muera como un poema en un manual para enseñar en la escuela qué es una metáfora. Consciente de todo este cuadro de situación, él entiende su labor revolucionaria. Avizora los tiempos que están por venir y pasa noches sin dormir volcando sobre el papel un curioso poemario sobre los dones de la vieja y mítica Roma donde la loba amamantó a nuestros padres y en el anagrama infame de sus cuatro letras pensó que las palabras no significan nada. Mucho menos, que las horas robadas al sueño y a su salud, le preocupó su suerte de escriba, de testigo; prefirió desgastarse y dejar a la simple vista de todos su legado sobre nuestro futuro. En sus últimos días sobre este mundo: ¿Habrá advertido sobre los nuevos poderes que con sutileza se acomodaban? Es difícil saberlo, pero imaginamos que habrá intuido su futuro reinado.
Finalmente, lo que decanta sobre el lecho de los días es la certeza de que nadie está más lejos que él para ser visto como un pedagogo. Por otra parte, ¿cómo leer su bagaje clásico, su impronta inglesa, sino como una innegable señal de resistencia frente a algo oscuro y poderoso que se acercaba? Acaso sin saberlo, él estuviera entreviendo mi llegada.”