domingo, noviembre 05, 2006



El affaire Guebel: una casualidad esperada

Daniel Guebel no ganó el premio Clarín, pero como si lo hubiera ganado. Deberíamos medir el centimetraje virtual o sobre papel, para comprobar que se escribió más sobre él que sobre la joven que finalmente resultó ganadora del certamen.
El centro del episodio que desata los regueros de tinta sobre este autor de numerosas novelas, relatos y notas periodísticas, se dispara después de que Guebel, quien –en la realidad- había resultado segunda mención, que había subido al estrado creyéndose ganador, que daba un discurso, donde agradecía a su familia; se encuentra –después de los agradecimientos- con una periodista a un costado del escenario quien le pregunta –palabras más, palabras menos- qué sentía por haber ganado la segunda medalla. Guebel en sus propias palabras cuenta lo sucedido: “ ‘¿Qué decís, nena? ¡Yo gané el premio!’. ‘No’, me dice, ‘fijate en la plaqueta’. Abro la cajita azul. Efectivamente. ‘Bueno’, me dice la periodista, ‘Es muy importante. Hagamos la nota’. ‘No. Es un bochorno. No lo puedo creer. ¡Creí que había ganado, agradecí el premio, lo dediqué. Es una pesadilla, una cámara oculta del programa de Tinelli!’ Me voy, la dejo con el micrófono encendido.” (Cita tomada de la columna de Guebel en el diario Perfil de la ciudad de Buenos Aires)
Parado en este punto, después de haber leído las notas que dan cuenta de la desdicha de Daniel Guebel, en especial, después de haber leído la nota en la que Pablo Toledo, analiza punto por punto la columna de Guebel, haciendo leña del árbol caído, pienso que la idea de “centro del episodio” con la que comencé es por lo menos imprecisa. Por comentarios que llegaron a mis oídos, más algunos elementos que se desprenden de las notas mencionadas, en realidad no hubo un centro, o un punto en el cual la tragedia patética se conformara del todo. Lo que ocurrió con Guebel fue una especie de casualidad esperada. Por algún motivo, todos vieron en Guebel la víctima ideal, el blanco de sus ironías. El azar les dio la oportunidad para ensañarse con este chivo expiatorio. ¿Que Guebel es soberbio’ Seguro. Pero Pablo Toledo, ¿alguien leyó su novela? Si algo mata a la escritura es poner el ego por delante del texto; si algo hay en la novela de Toledo, es justamente eso, no se la puede leer, porque un gigantesco Ombú de vanidad se interpone entre las letras y nuestros ojos. ¿Que Guebel ninguneó a la audiencia y hasta la misma ganadora del premio? Por supuesto. Pero en reemplazo de ¿qué cosa se escribe tanto sobre Guebel? Los que pusieron el foco sobre Guebel ¿no ningunearon, también, a la ganadora del certamen al negarle la palabra? Por otro lado, mientras nuestra víctima se define como “soy un farsante, un impostor patético”; bovarismo mediante, mientras la obra de Aira se sintetiza como la glosa frívola y reiterada de personajes farsantes e impostores patéticos, nunca escuche a nadie quejarse de que la médula de la escritura de ese Balzac argentino que vive en el barrio de Flores, se constituyera por episodios como los ocurridos el otro día en el MALBA. De alguna manera realidad y ficción conviven en este caso, casi tanto como en los noticieros. Ese "nadie", me temo que incluye a Toledo y al periodista de Ñ.
Al mejor lector se le escapan los signos. El propio Guebel, ciego por sus ansías, enamorado de su propia imagen, no leyó lo que pasaba. Ni siquiera leyó la medallita. Esto prueba que se lee lo que se quiere, lo que se puede y no todo lo que está lanzado delante de nosotros. A partir de acá cabe pensar lo que ya tantas veces se pensó: cómo se constituye la objetividad.
Una reflexión final. Jorge Aulicino escribió en la revista Ñ en torno del affaire Guebel: “La entrega del Premio Clarín... dio lugar a una situación hilarante, que el protagonista no trepido en hacer pública en las páginas de Perfil...” ¿Fue realmente Guebel el protagonista? En el reino de los contrafácticos, Guebel debe estar todavía preguntándose: “¿y si yo en vez de haber tomado cuatro copas de champagne... hubiera...?”
Por mi parte, no deja de asombrarme esa multitud silenciosa que vio en este episodio la oportunidad para acordarse de la vanidad ajena. Tampoco deja de asombrarme que la prosa de Aulicino tenga espacio en cualquier clase de medio.

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