viernes, octubre 01, 2010

Barcelona 2010

Vine por primera vez en 1994. Menen era por primera vez presidente de la Argentina. Viajar era barato porque nuestro peso estaba sobrevaluado. Me pagué el pasaje vendiendo una Fender Aniversario y un amplificador Acoustic, también vendí unos pedales que usaba para alterar el sonido de la guitarra. Recuerdo a mi vieja diciéndome “no la venda, te vas a arrepentir”, tenía razón; pero los desvíos en nuestros caminos son raros y, aún arrepentido, ese viaje me sirvió para ver qué cosas cambiaron para mí, sólo para mi mirada, de la Barcelona del 94 con esta del 2010.

La del 94 era una ciudad más marginal, más densa, uno sentía que en la calle había gente sacada, medio drogada, alcoholizada, algo agresiva. Se escuchaban gritos en la noche que atravesaban las ventanas del hotel de la Rambla donde paraba. A la mañana temprano uno veía las calles sucias y el estado general de la ciudad si bien estaba entero era algo normal comparado con Buenos Aires.

Hoy Barcelona parece una ciudad entera recién construida. Como si en 10 años se pudiera levantar una ciudad como esta desde la nada. Las calles están azules y las líneas que ordenan el transito, dividen los carriles, protegiendo a los peatones en las esquinas, relucen recién pintadas con colores plenos de amarillo y blanco. Los edificios viejos del ensanche tienen los bronces relucientes y sus puertas como nuevas, restauradas en sus partes y puestas en valor con maderas tersas y jóvenes que enseñan sus lacas y barnices lustrosos. Si vieran la puerta de mi casa en Buenos Aires, carcomida por el olvido y gastada por el sol que la dejó seca como un pedazo de tronco abandonado en medio del desierto, llorarían de tristeza.

El barrio donde está la Fira Nueva, cerca del Montjuic, uno lo puede entender. Es un barrio como nuestro Puerto Madero, surgido de algún boom inmobiliario o producto de vaya uno a saber qué clase de arreglo. Sí, podemos entenderlo. Uno camina por sus calles con la misma angustia que produciría caminar por un barrio en la Luna. No podemos saber quién vive en esos edificios que parecen desolados. No vemos a nadie por sus calles o lo que es peor, a veces vemos desde lejos a alguien cruzar una esquina y rápidamente desaparecer, lo que nos produce algo más cercano al vacío y la soledad que a la alegría de ver un ser humano en medio de la nada.

El Barrio Gótico, quizá es lo único que cuando lo veo parece más cerca de aquel recuerdo del 94. Acaso por su antigüedad un poco decadente y su entrazado lúgubre propio de algo que no viene de la modernidad. Es, desde ya, el contra canto al ensanche el que con todo su damero programado y su desborde irracional, también burgués, con sus botánicos devaneos modernistas le da la razón a aquella idea que decía: “documentos de cultura, documentos de barbarie”.

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