viernes, junio 27, 2008

El señor Rosca

“No te enrosques” es una expresión usada para recomendar a un amigo que deje de hacerse problemas por un asunto determinado. Es, sin dudas, equivalente a “no te hagas drama”. La idea de “rosca” también se usa en fútbol cuando se le pide, desde la tribuna, a un jugador que le dé mucho efecto a una pelota para que gire sobre su eje y dicho envío se vuelva difícil para los adversarios. “Rosca” también se usa como adjetivo para acompañar la palabra “política”, estamos en presencia de la conocida “rosca política”, la consabida trenza que se vuelve imprescindible para vivir en la realidad. También se usa “estar en la rosca” para dar idea de estar en un asunto cualquiera, pero con conocimiento de causa. Otra expresión importante es “dale rosca”, para significar darle fuerza a una acción. Variaciones como “rosquero” son usadas para calificar a alguien –casi siempre, de modo despectivo- que “anda metido en distintas prácticas”. Hablando de acciones, “rosquear” se utiliza para connotar una forma vernácula del famoso “hacer lobby” de los anglosajones.

Por su parte la rosca no es otra cosa que una serie espiralada de anillos alrededor de un cilindro. A través de estos anillos o guías, un objeto se desliza dentro de una superficie llamada “hembra”, pudiendo entrar o salir según la necesidad del momento, sea ajustar o desajustar un objeto en cuestión. No parece, a priori, que este ingenuo artefacto tenga las connotaciones que se le atribuyen de modo metafórico.

Lejos de los tornillos y las tuercas, pero cerca de las prácticas cotidianas, nosotros tenemos a nuestro Sr. Rosca. Pariente cercano del “militante”, puede, a veces, casi siempre, tratarse de la misma persona. El Sr. Rosca, sabe como atornillarse y por otro lado, atornillar a los demás. Un característica de los “rosca” es que siempre están en el medio de situaciones como si se tratara de operadores; ocupando espacios, muchas veces, de manera innecesaria. Un “rosca” siempre es hábil para moverse políticamente y desarrolla con el correr de los años, la capacidad de hacer lo que se conoce como “la plancha”. Estos seres que están por años en un cargo y no se mueven, sin ideas propias, sin pasiones a la vista, son en la mayoría de los casos “roscas”. Podemos decir que “rosquean” a cambio de estar en la “rosca” y; qué es estar en la rosca, sino estar en un lugar de paso. El rosquero deviene, inevitablemente, en una especie de aduanero, alguien que para entrar cobra entrada. Cultor de las relaciones y las conveniencias, el rosquero es el gestor, el facilitador, por excelencia.

Para rosquear como corresponde hace falta no demostrar una línea clara de pensamiento. No agitar demasiado el avispero. Se trata de estar, no de mover. Se trata de enroscar. En el campo de la gestión, el Sr. Rosca, se especializa en hacer barullo, contrariamente a lo que se entendería por llevar a cabo una política, es decir tener un plan a largo plazo, una estrategia, el “rosca” es el clásico “vendedor de humo”. Se desliza de un lado a otro de la rosca, pero jamás se saldrá de la guía. Rosquear es hablar por lo bajo. Es curtir pasillos. Es entender, que la vida pasa por los cafés, las colectoras, las salas de acuerdos.

miércoles, junio 25, 2008

Vengo de la militancia

Puede ser otra de esas marchas que fluyen por la avenida de Mayo para desembocar en la vieja Plaza, ahora llamada: "Plaza del amor". Puede ser otra tarde u otra noche. Se pueden ver banderas rojas flameando en el viento frío del invierno. Se pueden escuchar viejas consignas entonadas con melodías robadas de las gradas del fútbol. Puede que haya llovido o ser un soleado día de Mayo. Puede ser todo esto, y acaso lo es. Lo que sí, lo que de seguro vamos a encontrar, es al viejo militante. Nosotros, cerca nuestro, entre nuestros allegados, también tenemos uno. Se trata de esos señores que cultivaron la panza y que acarician la jubilación, mientras los domingos temprano van al kiosco a comprar Página 12. Nuestro militante, llega a la plaza porque parece que la historia prepara otro de sus reveses. El militante, con aire cansado y expresión curtida en su rostro, le muestra a otros militantes como él, que los años lo volvieron más cínico, más escéptico, y más sabio. Pero sobre todo, lo volvieron capaz de echarle en la cara a cualquier joven su currículum de viejo militante, sobreviviente de tantas batallas. Nuestro héroe, las vivió todas y siempre, cada vez, en sus anécdotas, se salva raspando de no haber engrosado la lista de los desaparecidos. Por eso dice con orgullo, como supo decir un ex funcionario, "vengo de la militancia", resumiendo con eso cualquier historia posible, pero por encima de todo, dejando claro que los protagonistas de la Historia no están para ser cuestionados. Nuestro héroe se junta con sus pares en la esquina cercana al Cabildo, lejos de los apretujones de los adolescentes, siente que su edad le permite ver mejor cómo se mueven los actores en la escena. Es que él ya no está para el fragor de los cuerpos. Nuestro militante sigue siendo aquel viejo cuadro que hoy es más veloz con la mente que con las piernas. En esa esquina charla de los secreteos políticos. Él, como sus pares, conoce la cocina del poder, aunque esté ahí, en esa esquina, y nadie en los círculos de influencia conozca su nombre y existencia. Él es como el soldado anónimo, el verdadero actor de la revolución que nunca llegó. Nuestro militante dice frases como “ese perro era monto y ahora trabaja para…” o “fulano es un bicho, era delegado pero se sentaba a negociar con la patronal”. Nuestro militante siempre tiene un amigo que tiene un primo que es conocido del chofer de tal o cual en el gobierno que le contó que los tipos iban a ir para atrás con el tema de los salarios y la inflación. “¡Qué bastardos!”, profiere con una sonrisa mientras uno de sus dedos años hurga en su barba cana. La tarde puede hacerse noche y la marcha convertirse, como otras veces, en un tour político por la avenida de Mayo. Nuestro militante siente que es hora de volverse a su casa para mirar la tele o escuchar ese disco de jazz que compró en la promoción del diario dominical. Con la desconcentración de la gente, se despide de sus amigos y se vuelve a casa con su hijo, un adolescente rockero que escucha cumbia y que no entiende nada del mundo. Su padre, claro, mientras soñaba con la revolución sólo alcanzó a regalarle un par de comics y un número de Mafalda, los que por supuesto su hijo nunca leyó. Vistos desde atrás parecen un viejo y un joven, curiosamente, vencidos los dos. Nosotros tenemos un militante cerca, un viejo militante. Al principio nos pensamos que era una especie de Che Guevara, un sobreviviente de una época de héroes con valores incorruptibles; así, el poder de sus historias. Hoy, después de tanto escucharlas, nos dimos cuenta, nos convencimos, que sólo es un señor gordo con barba.

lunes, junio 16, 2008

Frase matadora

En la Argentina como no tenemos revolucionarios, tenemos reboludos
(copyright Deshecho 2008)

Dicen que soy espontáneo

Espontáneos reunidos en la esquina de Av. Santa Fe y Callao

Una lástima, pero en nuestra redacción no recibimos el mismo mensaje de texto espontáneo que recibió en periodista Luis Majul, según lo afirmaban sus propias palabras en el programa de radio que conduce por La Red. Otros periodistas, de otros medios, sumados a la espontaneidad también acusaron recibo de estos mensajes, que invitaban desde sus textos a cacerolear como tantas veces, como siempre, ya es una costumbre y por lo tanto, una expresión espontánea. Los periodistas aman la espontaneidad y la contraponen todo el tiempo en sus discursos a los actos o expresiones que puedan ser organizados por algún partido político u organización civil. La oposición es curiosa cuando, en especial, son estos periodistas los que piden que se respeten las instituciones. También se emocionan al saber que en las esquinas de las grandes ciudades del país, los que agitan sus cacerolas son familias y más los conmueve que esas personas llegaron a darse cita en las calles de manera espontánea. Qué hay antes de la política sino la espontaneidad, se deben plantear nuestros amigos del cuarto poder. Nosotros no lo sabemos, pero qué hay de espontáneo en mandar una cadena de mensajes a periodistas. Otra pregunta podría ser por qué el producto de las organizaciones sociales puede estar viciado de ante mano o perder por su propio peso específico frente las manifestaciones espontáneas. Hay un terreno que se expande antes de que las sociedad se consideren así mismas como tales. Ese terreno es lo prepolítico y en esa tierra crece con fuerza el yuyo del odio a cualquier institución que se presuma histórica y mundana. La familia o la religión, se presentan como eternas y naturales, pero todos sabemos que no lo son. Mientras tanto la política de las familias es la no política y en esa virginidad –cuán virgen hay que ser para tener una camioneta 4x4- muchos se creen con derecho de arrobarse para sí el único derecho de vivir, de vivir bien, como Dios manda, en un country, protegido de todo aquello que no es espontáneo.

martes, junio 10, 2008

Primero, el diálogo


Después de tantas palabras, Schiele

Cartón pintado

La escritura de Cucurto que según algunos críticos es una maravilla encontrada entre los desperdicios que dejó el menemismo, es para nosotros apenas el vago ejercicio de la pleitesía. Una textualidad que ama el exotismo, un realismo mágico cubierto del enchapado lumpen de los conventillos de La Boca.

Pensada desde el agrado de la mirada del otro, es un exotismo a la inversa. Reviste de oro el barro que los turistas pagan por ver lejos de sus países de origen. La operación es ideológica sin más vueltas que el disfraz que pretende vender el producto de cartoneros rescatados de la miseria por medio de un emprendimiento de esos que el capitalismo de hoy o su administración, para el tercer mundo, llama “microemprendimiento”. Alianza de clase entre escritores bondadosos que regalan cuentos y derechos de copia y un bonapartista grupo de pobres diseñados para Palermo Soho.

Cucurto sigue jugando a ser ese lindo negro que conjuga con inocencia las “chichis” y las frases de Martinez Estrada . En medio de ese cóctel de diccionario, las cosas y las palabras se acumulan sin más sentido que la impunidad del plebeyo en medio del carnaval. Y es ahí, en medio de la lluvia de espuma, donde se conforma un imaginario que sostiene al lectorado que quiere creer que es posible que exista una mezcla de Barry White cumbiero citando ideas de Deleuze.

Palabras perdidas

Una persona cercana a nuestra redacción nos decía que estaba leyendo textos actuales que recuperaban el léxico que otrora fue revolucionario. Nos preguntaba qué había pasado con aquellas palabras que decían cosas fuertes en los setentas y que hoy estaban proscriptas. Nos preguntamos a coro: “¿estará pensando en la palabra ‘cipayo’ por ejemplo?” Dijo que podría ser, que sí, que por qué no y luego agregó que por algo nos robaron esas palabras. No especificaba bien quién había sido el agente del hurto, pero todo parecía cerrar en una suerte de énfasis y compromiso, mientras se reivindicaba partidario de la administración actual.

Uno de nuestros colaboradores cuestionó que esa ausencia, la de determinadas palabras era una clara presencia de su valor de cambio; aún más, su falta no hacía otra cosa que confirmar su peso, incluso si las consideráramos demodés. Pero la duda surgió al instante. Nos pareció curioso pensar que nuestro interlocutor en un momento hablara de “conceptos” refiriéndose a las palabras revolucionarias de “aquellas época”, acaso dejando de lado el carácter histórico de la lengua. No pudimos dejar de pensar que esos “conceptos” permanecían “allí”, en el tiempo, como objetos congelados, a los cuales se los podía rescatar del olvido insuflando el nuevo aliento de los tiempos que corren. ¿Pero entonces la historia qué sentido tiene? No la historiografía, la historia como paso del tiempo. Si todo puede volver a ser válido, entonces Julio César habló en su época de los problemas actuales y el mundo y la civilización, han sido y serán como dice el tango, una mera porquería.

Nos quedamos coligiendo cómo esas palabras revolucionarias podían ser conjuradas por argucias conservadoras –destituir al tiempo de su carácter esencial- y nos sentidos atrapados en un oxímoron. Si las palabras constituyen nuestra actualidad; su ausencia no deja de ser menos productiva. Pensamos, entonces, que el “sentido” se produce muchas veces desde el vacío.

sábado, junio 07, 2008

Uno menos, feliz día

Un desecho cien por cien que verá las flores crecer pero desde abajo. ¡Vamos que se puede!