Saramago dice ser un “comunista hormonal” y eso no me dice nada hoy por hoy. Hace unos días comencé a trabajar en una empresa que dicen “es comunista”, al menos en su remoto origen, pero lo cierto es que tiene más marketing y recursos humanos que las más cerradas de las capillas capitalistas. Claro, no es que quiera redundar en esa lógica de que los extremos se tocan como diría Doña Rosa. ¿Cuáles son los extremos? ¿Qué es un extremo? ¿Qué es tocarse? Podrían ser preguntas para que Doña Rosa se haga, pero sé que la dona nunca se las va a ser: sería atentar contra su propio dasein. La cuestión es que me hallo inmerso en una maraña de mails diarios, hablando de estructuras de trabajo. ¿Vieron? Eso que le endilgaban al comunismo soviético, eso de ser burocrático, pesado; eso, no está lejos de las empresas capitalistas que tenemos. En la maraña que menciono se encuentra un mágico y antropológico sistema de control puesto en acción por los propios empleados que internalizan, con mucha fe y nada de meditación, las mutaciones del antiguo panóptico. No hace falta un tipo en una torre mirando a todos los presos, si entre nosotros nos podemos controlar mejor. La frase más escuchada es “mandamelo con copia a mí”. Sí, el genio de los programas de correos inventó dos funciones brillantes: la copia abierta, para demostrar sinceridad y espíritu gregario; y la copia oculta, para operar de modo secreto, en el más claro plan delator. Así, un mero programa de computadora, se convierte en un programa de gestión laboral, de relaciones laborales, de mecanismo de control. El genio que lo inventó, justificará ingenuamente las bondades del sistema, bondades llamadas “utilidades del sistemas”, sistemas que la gente conoce como “utilitarios”. Y acá hay algo interesante: ¿qué puede tener de malo, de perverso, un útil? Lo utilitario, en clave de útil, remite al universo escolar donde la regla, el lápiz, el cuaderno, eran llamados –al menos en nuestro país- “útiles”. ¿Qué puede tener de malo una regla salvo que se la utilice para atizar los dedos de un estudiante? Pero cómo es que derivé de Saramago hasta la paranoia de los mecanismos de control y sus instrumentos de castigo. No lo sé. ¿El lector encontrará una línea argumentativa? ¿Es este un problema que debe afectarme para seguir escribiendo? Qué sé yo. Lo cierto es que “utilidad”, es también un sinónimo de “ganancia”, de renta. La línea: Saramago, controles de trabajo, capitalismo versus comunismo, elementos de castigo, ganancia, parece tener cierta relación. Al menos, son palabras que se empiezan a juntar en esta página y, en especial, dentro de cierto conjunto, que como tantos otros, no deja de ser arbitrario, pero coherente mientras funcione internamente. Saramago hace culto de su rictus, de su cara de Saramargo. ¿Por qué? Porque hay un mandato pueril que dice que ser comunista es ser serio, grave. Los problemas del mundo no son joda. Bueno, no son joda, eso es cierto. Sin embargo, mientras Saramago encontraba la llave del éxito que lo llevó a una plácida estancia en la isla de Lanzarote y acariciar todos los meses la abultada cifra de su cuenta bancaria, yo me hunde en el laberinto de los correos con copia. Esos correos que componen una novela epistolar por demás tediosa, casi una cifra de lo que puede imaginarse como un castigo en el averno. Nadie, ningún lector, podría, soportaría leer ese horror vacuo de mail uno detrás de otro. Sade, comparado con esa escritura, es un inocente libro de cocina. La pesadez de la delación continua y la nada en su forma más acabada y concreta ¿no parecen la encarnación del horror per se? Si el tedio en Kakfa es la figura del espanto y la nada, los correos internos de las organizaciones son su proyección más veraz. Por eso siempre pienso que Kakfa era un realista más que un vanguardista. Últimamente escuché la frase, tan usada en las colas de las películas de cine, “una ficción basada en hechos reales”. Hoy me convenzo que la lógica es a la inversa: “un hecho real basado en una ficción”. Ya sé: está de moda decir que la ficción produce realidad. Es cierto. ¿Pero hasta qué punto conocemos los alcances de eso que nos parece, hoy por hoy, evidente? Yo creo que no mensuramos la verdadera espesura; desconocemos los límites de ese fondeo. El entramado ficcional se convierte en lo único real, no hay otro relato que esa vida entre paredes de personas que se convencen cada día de que el rol que juegan es real. Por lo tanto, ¿de qué sirve escribir una novela para denunciar, para contarle al mundo el horror de una estafa, si en nuestros papeles diarios no vivimos más que en una ficción? Denunciar por fuera de qué a quién. Sin duda hay un “afuera”, ficcional o no. Ese “afuera” es el que legitima la ficción. Un compañero de mi trabajo nuevo, el de la empresa comunista, me dijo que el primer año que trabajo, no hacía dos meses que había ingresado, en la fiesta de fin de año, se gano un premio sorteado: “un viaje a Buzios”. Comunismo y turismo, pensé. Claro, el turismo también es una cara de la administración: basta con ver esos “paquetes” que venden las agencias de viajes para entender que el “tiempo es dinero” y que dos días en París, medio, en Bruselas, dos en Berlín, etc., son el ejercicio más parecido a la felicidad que tenemos. Pero acá también hay una afuera: están los que dicen “yo no viajo en tour, me organizo solo”.
continuará...
1 comentario:
No entiendo mucho la queja
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