Día de la independencia
En primera persona, porque así me lo pedís, Miguel Villafañe, responsable de Santiago Arcos editora: me llamo Esteban Zabaljauregui y recién hoy leo tus opiniones en este blog de una nota publicada tiempo atrás. Antes que nada, gracias por escribir. Volviendo a la primera persona: hubieras sabido quien soy si la revista Ñ, la que publicó tu nota sobre políticas culturales, hubiera publicado mi respuesta a la tuya. Lamentablemente, Aulicino, no la publicó, tendrá sus razones. Lo cierto, es que como soy verdaderamente independiente, casi no existo, la publiqué en mi blog. Por otro lado, como vanguardista que soy, “qué importa quién habla” o algo así citaba Foucault, entendí que el nombre estaba por debajo del debate: qué iluso fui. Sobre tu nota: lamento haber torcido el sentido de tus ideas por medio de un sistema –entiendo que mal intencionado- de citas enrevesadas. Los que no tenemos argumentos, nos dedicamos a difamar. Qué le vas a hacer, este mundo no tiene arreglo.
Ahora bien, respondiendo a tus comentarios. Sobre estas frases tuyas, cito como puedo: “la importación de lecturas y de valor agregado desde España en particular a la Argentina que produce un fenómeno de saturación el las librerías donde el libro producido aquí (sobre todo de las editoriales chicas)pasa casi desapercibido” y esta otra: “le propongo al autor de la nota que lo verifique, otro ejercicio es estudiar qué pasó con INTERZONA y qué va a suceder con varios sellos independientes durante los próximos años sino se comienza a debatir el rol del Estado como protector de las industrias culturales)”; opino lo siguiente: yo tengo una editorial llamada Ladosur ediciones, que más que independiente, depende en mí en todo lo que puedo hacer para que siga viviendo. Esto es, no dependo de las billeteras de señores que un día se cansan y adiós Interzona. Dependo sólo de mí y de lo que pueda vender. Ah, una vez gané un subsidio del plan del CMD. Te cuento, que publiqué títulos muy independientes que, oh paradoja del mercado, no encontraron el favor popular. Como además fui librero muchos años, muchas navidades, muchos días del niño, sabía que esos libros “independientes” no se iban a vender, conozco hasta dónde llega mi gente, sin embargo los edité. Miguel: ¿esto me da el título de editor independiente? Quién lo sabe.
Miguel: el problema de saber si soy o no un editor independiente no es sólo un problema que deba tratar con mi analista. El problema de esa definición es que es un imposible, por no decir: una argucia sin sentido o un mero anacronismo. Es una apelación a algo que nadie cree. Es una invención por oposición a una cuestión de mercado: la concentración. La otra palabra que conforma este rosario cool es “bibliodiversidad”. Bueno, uno es tonto, pero no tanto como dejarse engañar con esos dos espejos de colores. Ambas palabras cobrar un valor dentro de un espacio de construcción de poder y hegemonías. No hay independencia que valga, por ejemplo, desde el momento en que las revistas culturales reproducen timoratamente los designios del campo cultural, respetando a raja tabla, las modas y lo llamado “correctamente político”. Te invito a recordar qué pasó con el programa Opción libros de la era Telerman, dirigido por una colaboradora de Viñas. Más allá de las buenas intenciones, el programa se deshizo en el mercado que conforman muchos de esos libreros de la calle Corrientes que cuando les conviene apelan a la palabra independiente, para pedir los favores de las administraciones de turno. Recuerdo, que cuándo quise saber cuáles eran los recursos para llevar adelante este programa que te menciono, la respuesta que obtuve fue que esa información no me la podían dar. ¿Se trataba de una política de Estado en tiempos de guerra? “Y mis impuestos a dónde van”, pensé como buen liberal. ¿Y la libertad de prensa? ¿Y la independencia?
Me temo que la independencia es una palabra que suena bien en las películas americanas que reflejan o producen las propias pesadillas del sueño americano. Felices sueños.
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