lunes, noviembre 15, 2010

Acabo de terminar Requena, de Alejandro García Schenetzer, un texto publicado en 2007 por Editorial Entropía, que imagino se conseguirá en las librerías de Buenos Aires.

Siento más tu muerte que mi vida

Ahora mis palabras: Le toca a la crítica eso de ser un segundo lenguaje que no viene a mitigar los desvelos de aquellos que buscan un sentido, con comillas, quiero creer, o varios sentidos, sino a proponerlo. De un modo más evidente que esto, la producción de la crítica, aparece en la vida, por obra y gracia de la imaginación, el virtuosismo petulante y la vanidad, ese género que vive en las muertes, que es postrero por naturaleza, que crece en los velorios como un hongo, cuando los autores –que siempre están muertos, diría un filósofo-, se mueren, vale decir, entregan sus palabras a los demás, muy a pesar de aquello que decía que un autor es el primer lector de su propio texto. La nota al pie de cualquier trabajo crítico –aunque nadie quiera vincular al sujeto empírico con su producto- podría escribirse de la siguiente manera y ser pronunciada con vos de estudiante gay “¿vieron que inteligente que soy?”. Entonces, proliferan todos esos textos ingeniosos que buscan sacar palomas por arte de magia, haciendo gala del arte indiscriminado de la cita e inundando suplementos culturales, que son algo así como las cloacas de la ciudad culta. Dicho, porqué escribir algo sobre algo que ya escribió sobre otra cosa, en nuestro caso Requena. La respuesta es: por cortesía. Debo una respuesta a su autor, quien tuvo la mala conducta de haber leído un trabajo mío, con perdón de los Trabajadores del mundo que nunca se unieron.

Requena es una interpretación, un arreglo musical, una partitura sobre una obra ya escrita. Esto no debe leerse como un ataque a la originalidad. Más bien lo contrario, es una revisita, una relectura. En estos tiempos nos queda el arte de la Conquista, nada más: construir un templo, con una nueva religión donde supo habitar otro, con otros dioses y otros rituales. Nuestro arte, por eso es bestial y emancipador. Viene en nombre de las buenas cosas a destruir las que otros consideraban, a su vez, del mismo modo y con igual derecho, buenas y justas. Volviendo. Como pieza musical viene a componer un réquiem de cámara, fragmentario. Quiere sumarse a un canon de obras elegiáticas, aquellas que buscan robarle algo a la muerte, como en la música se hace un impasse para robar un tiempo a la consecutio de las notas, así el final de este libro: “Como una hora esperamos en silencio tras la puerta... Hicimos callar a los vecinos para escuchar. Transcribo lo que llegamos a entender...” Así finaliza Requena cuando el nombre propio, se lleva desde su lecho de muerte, la experiencia de un sacerdote anarquista al más allá. Sus deudos, jóvenes para nada pervertidos por este socrático porteño, empiezan a escribir lo que llegan a entender. La crítica, mi tan odiada escritura, en su mejor versión, no en la de los profesores de Letras ni la de los críticos literarios, da su mejor zarpazo cuando asume su rol de carancho y se viste de negro. Rondar, que es como escribir, las palabras ajenas, así como en los cementerios se busca profanar tumbas. Salvo que en la escritura no hay tumbas ni nada sagrado y la profanación es sólo una metáfora que como tal es ideología pura. Acaso se trata de revolver los restos. Y en Requena, eso aparece desde el mismo arranque. “Restos”, una partitura de pedazos, una obra puntillista que suena y sueña ajada como una reliquia vanguardista. Aquél barón impune, amado por jóvenes palermitanos –no había ni una mujer en su séquito-, salvo aquellas que se enamoraban de su fama y acaso perpetraba fuera de los alcances de su dominio, para tener consigo la salvedad de no ser un cogedor -Requena es puro- se lleva con él la estafa de una sabiduría portátil, de un random de respuestas, de una credulidad. Requena, es la canción de la pérdida. Un poema beatnick decía “este niño está aprendiendo la epistemología de la pérdida”, en alusión a la tristeza de un niño cuando pierde su pelota. Lo mismo. Requena es una pregunta, también. ¿Qué se perdió? ¿Qué tenemos que escuchar detrás de una puerta? ¿Qué historia debemos empezar a escribir? Requena es –como buen obituario- un escrito de exilio. Los amigos se reúnen a hacer lo que mejor hacen los compatriotas, llorar al amigo caído. La historia –con y sin mayúsculas- empieza después, cuando se elige qué camino tomar para contarla y ahí, sobre nuestras cabezas, empiezan los cuervos a sobrevolar el cielo.

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