Palabras perdidas
Una persona cercana a nuestra redacción nos decía que estaba leyendo textos actuales que recuperaban el léxico que otrora fue revolucionario. Nos preguntaba qué había pasado con aquellas palabras que decían cosas fuertes en los setentas y que hoy estaban proscriptas. Nos preguntamos a coro: “¿estará pensando en la palabra ‘cipayo’ por ejemplo?” Dijo que podría ser, que sí, que por qué no y luego agregó que por algo nos robaron esas palabras. No especificaba bien quién había sido el agente del hurto, pero todo parecía cerrar en una suerte de énfasis y compromiso, mientras se reivindicaba partidario de la administración actual.
Uno de nuestros colaboradores cuestionó que esa ausencia, la de determinadas palabras era una clara presencia de su valor de cambio; aún más, su falta no hacía otra cosa que confirmar su peso, incluso si las consideráramos demodés. Pero la duda surgió al instante. Nos pareció curioso pensar que nuestro interlocutor en un momento hablara de “conceptos” refiriéndose a las palabras revolucionarias de “aquellas época”, acaso dejando de lado el carácter histórico de la lengua. No pudimos dejar de pensar que esos “conceptos” permanecían “allí”, en el tiempo, como objetos congelados, a los cuales se los podía rescatar del olvido insuflando el nuevo aliento de los tiempos que corren. ¿Pero entonces la historia qué sentido tiene? No la historiografía, la historia como paso del tiempo. Si todo puede volver a ser válido, entonces Julio César habló en su época de los problemas actuales y el mundo y la civilización, han sido y serán como dice el tango, una mera porquería.
Nos quedamos coligiendo cómo esas palabras revolucionarias podían ser conjuradas por argucias conservadoras –destituir al tiempo de su carácter esencial- y nos sentidos atrapados en un oxímoron. Si las palabras constituyen nuestra actualidad; su ausencia no deja de ser menos productiva. Pensamos, entonces, que el “sentido” se produce muchas veces desde el vacío.
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