Cartón pintado
La escritura de Cucurto que según algunos críticos es una maravilla encontrada entre los desperdicios que dejó el menemismo, es para nosotros apenas el vago ejercicio de la pleitesía. Una textualidad que ama el exotismo, un realismo mágico cubierto del enchapado lumpen de los conventillos de La Boca.
Pensada desde el agrado de la mirada del otro, es un exotismo a la inversa. Reviste de oro el barro que los turistas pagan por ver lejos de sus países de origen. La operación es ideológica sin más vueltas que el disfraz que pretende vender el producto de cartoneros rescatados de la miseria por medio de un emprendimiento de esos que el capitalismo de hoy o su administración, para el tercer mundo, llama “microemprendimiento”. Alianza de clase entre escritores bondadosos que regalan cuentos y derechos de copia y un bonapartista grupo de pobres diseñados para Palermo Soho.
Cucurto sigue jugando a ser ese lindo negro que conjuga con inocencia las “chichis” y las frases de Martinez Estrada . En medio de ese cóctel de diccionario, las cosas y las palabras se acumulan sin más sentido que la impunidad del plebeyo en medio del carnaval. Y es ahí, en medio de la lluvia de espuma, donde se conforma un imaginario que sostiene al lectorado que quiere creer que es posible que exista una mezcla de Barry White cumbiero citando ideas de Deleuze.
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