Lo que justifica la entrada del video de Diego Frenkel, más allá de que la canción tiene una buena factura y cumple con todos los requisitos que la vuelven un ejemplo exitoso de la balada rock, es la intención de rendir un homenaje al productor artístico y arreglador -al menos de este tema- nuestro amigo Fernando Taverna.
Detrás o más bien delante de esas cuerdas sintéticas que presentan el tema está viva toda una escuela de arreglo sonoro muy british, pensamos en Lanois, Eno, etc. Taverna siempre fue ese hombre blanco europeo, londinense para ser más preciso. Al margen de sus intentonas negras -su amor por la obra de Wonder- lo que late todo el tiempo es la impronta estética de los 80 y algunas pinceladas póstumas del punk.
Sus arreglos intervienen en esta balada como una fuerza incontrolable, con la persistencia de la humedad en una pared. La estética de Taverna hace de la corrosión un telón de fondo que pugna todo el tiempo por tensar las cuerdas contra la línea principal de la melodía. Taverna pertenece a esa generación de músicos que se criaron amando los fades como ex maquinas de una canción y esto es de los más lícito cuando como este caso es usado con éxito.
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